Se podría decir que trabajar en un refugio está en la lista de trabajos que a cualquier persona, amante de la naturaleza y las montañas, le gustaría experimentar alguna vez en su vida.
Existe una idea bastante romántica de la pava humeante para el mate, los panes recién horneados, cortar leña, hacer fuego, vivir en un lugar alejado de las concentraciones, en medio de la naturaleza.
Durante las primeras semanas en el refugio, mi única interacción con el monte y el glaciar fue mirarlos desde la ventana. Observar cómo cambia la luz a lo largo del día; las sombras, los contrastes. Van apareciendo detalles cada vez más minuciosos que antes no veía: caras de animales, formas, caminos, desprendimientos.
Así, cerca y distante, junto con Jere que vino de visita, empezó a surgir la motivación para ir a conocer el Tridente. Una formación de roca que está en el medio, entre el Neumeyer y el Cagliero.
Unos días antes de salir se sumó Caro con su motivación, buena energía y experiencia, que hizo del pegue un día aún más hermoso de lo esperado. Nos despertamos a las 5:30, desayunamos, terminamos de poner todo en las mochilas y salimos a eso de las 7:00.
Rodeamos la Laguna Diablo (creemos que por el tridente, la laguna y el río tienen ese nombre), subimos al glaciar Cagliero y le metimos derecho hasta una parte donde ya empezaba a haber nieve. Ahí nos encordamos, pusimos grampones, dimos la vuelta a un morro y subimos un nevé de unos 40-45 grados aproximadamente. Gracias a un puente no muy sólido pasamos la primera rimaya. Al rato, otra un poco más grande. El nevé se para un poco más, entre 50-55 grados.
Una arista bastante escénica nos dejó en la base de los últimos 100 metros de roca. Roca bastante suelta y mojada pero que requirió de algunos buenos movimientos. Cuatro largos que escalamos con botas y una travesía a la derecha nos llevaron a la cumbre de la formación con una vista increíble. Lo que pensábamos que era un tridente, resultaron ser formaciones un poco más separadas entre sí de lo que se veía desde el refugio.
No encontramos rastros de rapeles, así que dejamos algunos cordines y bajamos por donde subimos. Nos llevó 13 horas refugio-refugio.
Al día siguiente volver a la rutina dinámica del trabajo, con su lado B, que puede ser sentir una especie de encierro, algo paradójico estando geográficamente en un lugar tan inmenso. Producir, despachar, estar al servicio, demandas, muchas personas, todo para ya, caos, ruido, limpiar, ordenar y así, día a día, semanas, meses.
Cuando vivís donde trabajas, los límites a veces se desdibujan, los cortes son difíciles de concretar. Se mezclan los deseos, las expectativas, los objetivos. Es un gran desafío aprender a diferenciar, como también encontrar el tiempo y el espacio para cada cosa.
Salir al monte trabajando de refugiera implica una buena logística, coordinar con los compañeros, que los francos coincidan con una brecha, tener cordada con mismo objetivo y motivación. Y que el cansancio del trabajo no pese más que el deseo.
Quizás se trata de encontrar un equilibrio entre el compromiso, que siempre implica cierta ganancia y pérdida y el tiempo para seguir haciendo cosas que una considera importantes.
Existe una idea bastante romántica de la pava humeante para el mate, los panes recién horneados, cortar leña, hacer fuego, vivir en un lugar alejado de las concentraciones, en medio de la naturaleza.
Durante las primeras semanas en el refugio, mi única interacción con el monte y el glaciar fue mirarlos desde la ventana. Observar cómo cambia la luz a lo largo del día; las sombras, los contrastes. Van apareciendo detalles cada vez más minuciosos que antes no veía: caras de animales, formas, caminos, desprendimientos.
Así, cerca y distante, junto con Jere que vino de visita, empezó a surgir la motivación para ir a conocer el Tridente. Una formación de roca que está en el medio, entre el Neumeyer y el Cagliero.
Unos días antes de salir se sumó Caro con su motivación, buena energía y experiencia, que hizo del pegue un día aún más hermoso de lo esperado. Nos despertamos a las 5:30, desayunamos, terminamos de poner todo en las mochilas y salimos a eso de las 7:00.
Rodeamos la Laguna Diablo (creemos que por el tridente, la laguna y el río tienen ese nombre), subimos al glaciar Cagliero y le metimos derecho hasta una parte donde ya empezaba a haber nieve. Ahí nos encordamos, pusimos grampones, dimos la vuelta a un morro y subimos un nevé de unos 40-45 grados aproximadamente. Gracias a un puente no muy sólido pasamos la primera rimaya. Al rato, otra un poco más grande. El nevé se para un poco más, entre 50-55 grados.
Una arista bastante escénica nos dejó en la base de los últimos 100 metros de roca. Roca bastante suelta y mojada pero que requirió de algunos buenos movimientos. Cuatro largos que escalamos con botas y una travesía a la derecha nos llevaron a la cumbre de la formación con una vista increíble. Lo que pensábamos que era un tridente, resultaron ser formaciones un poco más separadas entre sí de lo que se veía desde el refugio.
No encontramos rastros de rapeles, así que dejamos algunos cordines y bajamos por donde subimos. Nos llevó 13 horas refugio-refugio.
Al día siguiente volver a la rutina dinámica del trabajo, con su lado B, que puede ser sentir una especie de encierro, algo paradójico estando geográficamente en un lugar tan inmenso. Producir, despachar, estar al servicio, demandas, muchas personas, todo para ya, caos, ruido, limpiar, ordenar y así, día a día, semanas, meses.
Cuando vivís donde trabajas, los límites a veces se desdibujan, los cortes son difíciles de concretar. Se mezclan los deseos, las expectativas, los objetivos. Es un gran desafío aprender a diferenciar, como también encontrar el tiempo y el espacio para cada cosa.
Salir al monte trabajando de refugiera implica una buena logística, coordinar con los compañeros, que los francos coincidan con una brecha, tener cordada con mismo objetivo y motivación. Y que el cansancio del trabajo no pese más que el deseo.
Quizás se trata de encontrar un equilibrio entre el compromiso, que siempre implica cierta ganancia y pérdida y el tiempo para seguir haciendo cosas que una considera importantes.
Con toda esta reflexión a cuestas, pienso que de no haber trabajado en el refugio, tal vez nunca hubiera ido al tridente. Y cómo, a pesar de que a veces resulta un poco difícil, se encuentran formas para que casi todo encaje.
Qué bueno salir a recorrer sin expectativas. Lo que parecía un simple paseo por el barrio, la no brecha que fue brecha, al menos para nosotros, terminó siendo una linda y divertida aventura.
Ahora miro el monte por la ventana, pero con ese cansancio feliz de haber estado ahí afuera.
Me gusta pensar que ir al monte nos hace los ojos más grandes, para observar, tener perspectiva y mirarnos mejor. Pensar que todo empezó con una simple mirada.
Qué bueno salir a recorrer sin expectativas. Lo que parecía un simple paseo por el barrio, la no brecha que fue brecha, al menos para nosotros, terminó siendo una linda y divertida aventura.
Ahora miro el monte por la ventana, pero con ese cansancio feliz de haber estado ahí afuera.
Me gusta pensar que ir al monte nos hace los ojos más grandes, para observar, tener perspectiva y mirarnos mejor. Pensar que todo empezó con una simple mirada.
Con Jere Salinas y Caro North.