Casi sin darme cuenta estábamos llegando a la cumbre del Torre, la verticalidad se acababa ante nuestros pasos y ya no había nada más por subir. Fueron días intensos los que nos llevaron hasta ahí pero, de repente, la calma era total.
Hace mucho sueño con ir al Torre, no necesariamente con pisar su cumbre, mi sueño es estar ahí, escalando sus pendientes heladas, atravesando sus túneles esculpidos por el viento que hacen de portales a una dimensión muy particular, poder ver de cerca las increíbles y caprichosas formaciones de escarcha que lo caracterizan.
Sin embargo, este sueño siempre pareció muy lejano, por todo lo que implica ir a una montaña como ésta.
Después de un mes de lluvia y viento en El Chaltén, una pequeña ventana de buen clima aparece en el pronóstico: la motivación y las ganas de salir a intentar algo a la montaña son muy grandes. Al parecer, van a ser dos días muy buenos, pero lo malo es que no tengo compañero para salir a escalar, la mayoría de los amigos están trabajando o con diferentes responsabilidades que cumplir.
En esa situación, un poco decepcionante, me llega el contacto de Luis. Él está en la misma que yo, buscando cordada, así que nos juntamos para conocernos y a charlar opciones y posibles ideas para estos días de buen clima que vienen. A mí me entusiasma la posibilidad de salir a escalar pero también me preocupa un poco el no haber escalado nunca juntos, sin saber muy bien qué ruta intentar quedamos en ir a dormir a Niponinos y de ahí ver qué se puede escalar.
La noche antes de salir, Luis me avisa que se estaba sintiendo un poco enfermo por lo que cancelamos el plan. La frase que siempre viene a la cabeza en esos momentos es “todo pasa por algo”. Disfrutamos la brecha escalando deportiva y admirando las pencas desde el pueblo, que no está nada mal.
Pasa la brecha y nos volvemos a ver con amigos que la pudieron aprovechar; veo fotos de Exocet en excelentes condiciones, Pedro me muestra fotos y me cuenta de sus días en la Saint Exupéry, la inspiración y la motivación crecen.
Las actualizaciones del pronóstico empiezan a mostrar una buena ventana para los primeros días de noviembre, el entusiasmo empieza a crecer de nuevo. Esta nueva brecha es larga: en principio cuatro días, después cinco y terminó siendo, prácticamente, una semana de un clima increíble.
Empezamos a hablar con Ema para salir a intentar algo, veníamos esperando este momento hacía mucho. A nuestra cordada se suma Luis, y al ver que van a ser muchos días de buen clima, inevitablemente pensamos en el Torre. Los días previos se nos pasan esperando las actualizaciones de los modelos meteorológicos y eligiendo cuidadosamente el equipo que vamos a llevar.
Decidimos arrancar el 3 de noviembre, la noche anterior aviso a la familia que voy a estar 5 o 6 días sin señal, sólo a mi hermano le digo lo que vamos a intentar y le paso en detalle el itinerario que tenemos pensado.
Con las mochilas listas, empezamos a caminar desde el puente del Eléctrico; el objetivo es llegar al paso Marconi y ahí pasar nuestra primera noche. Atravesamos el bosque para entrar al valle, mantenemos un buen ritmo, vamos disfrutando de vistas increíbles. El terreno empieza a transformarse: nos adentramos en morrenas y luego llegamos al glaciar que baja del paso Marconi. Nos cuesta un poco encontrar la pasada al principio del glaciar, pero después de un rato pasamos, seguimos subiendo, cambiamos las zapas de aproximación por las botas y un poco más adelante entran a la cancha las raquetas. Llegando al paso, vemos un desprendimiento gigante de una banda de seracs que domina la parte izquierda de este valle, esto nos recuerda dónde estamos y que tenemos que estar muy atentos; las montañas y sus glaciares están activas y en movimiento. Después de unas 8 horas llegamos al paso Marconi, buscamos un lugar para armar la carpa y descansar, nos deleitamos con las vistas al campo de hielo y su inmensidad.
El segundo día arrancamos muy temprano, creo que la alarma sonó a las 4:00, pero yo ya estaba despierto hacía un rato. Me costó bastante dormir porque el aislante que llevé era muy fino y me pasaba el frío de la nieve. Desayunamos, armamos las mochilas y empezamos a caminar.
Las distancias en el campo de hielo se vuelvan confusas, lo que parece estar cerca está realmente lejos, pero sólo nos mantenemos en movimiento, un paso tras otro y finalmente llegamos al Circo de los Altares. Este lugar es de los más impresionantes en los que estuve, las torres de granito se alzan desde el campo de hielo como verdaderas catedrales.
Hacemos una parada para comer y dejamos un pequeño depósito de cosas que ya no vamos a necesitar de ahí en adelante; la mochila se siente un poco más liviana. Continuamos la aproximación, que se vuelve cada vez más compleja, palas de nieve cada vez más paradas nos dejan en la base de los primeros mixtos. Encaro estos largos -que no son difíciles- pero ya es necesario asegurarlos: primero, uno de nieve que va muy bien y luego, dos de roca un poco más exigentes. Al finalizar esta sección, continuamos, sin cuerda, por una gran canaleta de nieve que nos lleva hasta el vivac que está sobre el Filo Rosso. Acá hicimos una pequeña plataforma y armamos la carpa para descansar. En este campamento nos encontramos con Pyros y su compañera, que venían bajando, compartimos comida y risas, antes de irnos a dormir.
Nuevamente la alarma no perdona y nos obliga a despertarnos de un profundo sueño, esta vez a las 3:00. Nos espera, probablemente, el día más exigente: el plan es escalar hasta arriba del headwall y si podemos, un poco más, para dormir lo más cerca de la cumbre posible. Repetimos el ritual: desayunar, vestirse, desarmar la carpa y armar las mochilas, cada vez el cuerpo se siente más agotado y esto nos lleva un poco más de tiempo.
A eso de las 4:30 nos embarcamos en la misión del día, cruzamos una pequeña rimaya y remontamos una pala de nieve que eventualmente se transforma en hielo muy duro. Comenzamos a tirar largos, este hielo duro y de poca inclinación sobrecarga nuestras pantorrillas, pero seguimos para arriba. Tres largos nos llevan al Col de la Esperanza. No paro de maravillarme con las formaciones de estas montañas, se está cumpliendo el sueño, seguimos escalando, cambiando las puntas de la cuerda según lo vamos sintiendo, llegamos a la plataforma que está debajo del Elmo. Hacemos una parada, hidratamos y comemos, sabemos que se viene un largo difícil, el largo del Elmo.
Traveseamos un poco a la izquierda para llegar a la base de una chimenea escondida que empieza por una parte de roca y hielo y continúa por hielo muy vertical. Lo encara Luis y con mucho esfuerzo pero con gran fluidez, lo pasa. Con Ema lo seguimos, sin duda es uno de los largos de hielo más duros que haya escalado, mis antebrazos se inflan pero sigo hasta que el hielo se aploma y llego a la reunión.
Estamos arriba del Elmo, superamos el punto más alto del intento anterior del Ema, por lo que estamos bastante felices, hacemos dos largos en travesía y llegamos a la base de los mixtos.
Seguimos avanzando pero el cansancio se empieza a sentir: los mixtos son entretenidos, escalando un poco en roca, otro poco en hielo, alternando fierros y tornillos para proteger. Llegamos a otro largo muy bueno, una chimenea con hielo perfecto pero para salir de ésta, hay un paso de bloque, que con las mochilas se sintió durísimo. Según nos dijeron nuestros amigos polacos un “M7 boulder problem”.
Un largo más nos dejó en la base del headwall, ahora sí, cada paso requiere un gran esfuerzo, venimos escalando hace muchas horas y los dos largos que nos separan de un posible lugar para dormir son muy verticales y exigentes. Comienza Luis, el primer largo lo pasa bien y arma una reunión un poco más arriba de la mitad del headwall. Con Ema lo seguimos, los brazos se empiezan a acalambrar, trato de respirar profundo y de alguna forma, llevar el aire directamente a los antebrazos. Nos juntamos en la reunión, falta muy poco para salir de esta parte tan vertical, es tarde y estamos cansados, con gran esfuerzo salimos arriba, encontramos la cuerda y el escaper de Collin Haley. Nos volvemos a asombrar de que haya hecho todo eso solo y en invierno, traveseamos a la izquierda, debajo del primer hongo y encontramos un lugar para dormir. Ya son más de las 22:00, escalamos unas 18/19 horas, todavía tenemos que hacer la plataforma para armar la carpa, derretir nieve, comer y de una vez por todas, poder dormir.
Para el cuarto día decidimos descansar un poco más y pusimos la alarma a las 6:00, nos separan de la cumbre los tres hongos finales. Nuevamente, el ritual de inicio nos lleva más tiempo del que quisiéramos, decidimos dejar una mochila ahí y llevar menos cosas. Pasadas las 8:00, empezamos a escalar: salgo a hacer el primer largo, avanzo por hielo muy bueno y bastante vertical y me voy adentrando en el primer túnel. No puedo creer que estoy acá, escalando este largo tan increíble. Me voy quedando sin tornillos y con los últimos dos, hago una reunión un poco antes de salir a la base del segundo hongo. Luis y Ema suben, y hago el pedazo que me falto para llegar a un lugar más cómodo.
En esta reunión alcanzamos a los polacos, que habían dormido en un lugar que encontraron ahí. El primero de ellos ya estaba terminando ese largo así que esperamos un rato a que empiecen a escalar los segundos. El siguiente largo lo encara Ema, arrancaba por una parte con mucha escarcha que se desprendía a cada piquetazo y a los intentos de afirmar los pies: intentó primero con las alitas, pero no las encontró muy útiles, entonces le pasamos las piquetas de Luis y con mucha maña logro pasar esta sección, levemente desplomada y difícil de proteger. El largo continuaba por hielo un poco mejor y se metía a un pequeño túnel por el que no entrabamos con las mochilas, así que Luis y yo pasamos esa sección con las mochilas colgadas del arnés.
Pasado el mediodía estábamos en la base del hongo final, Maciej, la maquina polaca, ya estaba empezando a primerear el largo. Sin mucho más que hacer nos pusimos cómodos a mirar el show, le tomó cerca de dos horas completarlo. El tiempo pasaba y comenzamos a pensar en que si a nosotros nos llevaba el mismo tiempo se nos haría muy tarde. Aún faltaba que sus dos compañeros escalen el largo así que todavía teníamos que esperar a nuestro turno.
Luis estaba motivado por intentar el largo pero le preocupaba no poder pasar. Después de que cada uno expresara su idea y debatir un poco, decidimos pedirle a Piotrek que suba nuestra cuerda y así, hacer el largo de segundos. De esta manera nos tomaría mucho menos tiempo.
Primero salió Ema y luego Luis y yo. El largo final era mucho más duro de lo que se veía, la escarcha es algo muy particular y difícil de escalar, lleva mucho tiempo y esfuerzo y por sobre todo, las protecciones no siempre resisten. Nos juntamos los tres en la reunión y de ahí solo quedaban unos treinta metros aplomados a la cumbre; los hace Ema y desde ahí nos asegura.
Son las cinco de la tarde y estamos arriba: puedo ver todas las agujas del cordón del Fitz, todos los hongos desde el mini Torre hasta las Adelas, veo el lago Viedma y al darme vuelta, la inmensidad del campo de hielo, no sé qué hacer, me arrodillo, me vuelvo a parar, abrazo a los chicos, reconozco la emoción en la voz del Ema.
Cuánto anhelamos este momento, cuántas veces imaginamos cómo sería. Ahora estamos acá, sacamos fotos, intento hacer un video que me sale muy mal, sigo sin poder creerlo, compartimos un alfajor y comenzamos a pensar en la bajada.
Para los rapeles entramos en una especie de modo automático: no podemos cometer errores ahora, la mayoría son de abalakovs y alguno que otro de reuniones que encontramos en la roca. A pesar del cansancio bajamos rápido y constante, en el Elmo nos cruzamos con una cordada que viene de travesear la cara Sur y más abajo encontramos a los polacos que nos dicen que van a dormir ahí, debajo del Elmo. Nosotros decidimos continuar, en el lugar donde dormimos dejamos algo de comida, así que tenemos que llegar hasta ahí.
Se nos hace de noche y seguimos rapelando, Ema se abre un rapel tras otro, lo veo muy concentrado pero de todas formas le insisto con que preste atención al final de las cuerdas. En un momento el hielo empieza a ser de peor calidad, ya estamos muy cerca de la rimaya asique continuamos destrepando.
Finalmente llegamos a nuestro campamento arriba del Filo Rosso, armamos la carpa, comemos, hidratamos y a dormir. El quinto día nos encuentra aún en la montaña, seguimos bajando pendientes nevadas hasta los mixtos, los cuales bajamos en dos rapeles, más nieve y un tercer rapel. Recuperamos los bastones y seguimos bajando pendientes, cada vez menos inclinadas hasta llegar a terreno plano. Recién ahora nos podemos relajar, nos volvemos a abrazar con Ema, de acá en adelante sólo tenemos que caminar, un pie adelante del otro y llegar al pueblo.
La vuelta decidimos hacerla por el paso del Viento y de esta forma completar una travesía increíble, recorriendo una variedad enorme de terrenos y disfrutando vistas y paisajes inolvidables. Hicimos una noche más en el campamento Pampeanos y el sexto día caminamos los últimos 25km que nos separaban de El Chaltén.
Llegar al pueblo se festeja como una cumbre, al final, es la verdadera cumbre. El itinerario sigue con empanadas, coca, ducha, río, helado, fernet y asado con los amigos en la Planta Estable; dudo que pueda terminar mejor.
Sólo me queda agradecer, a todas las personas que, de alguna forma, nos acompañan cuando estamos en la montaña, prestando equipo, pasando información, pensando en nosotros.
Hace mucho sueño con ir al Torre, no necesariamente con pisar su cumbre, mi sueño es estar ahí, escalando sus pendientes heladas, atravesando sus túneles esculpidos por el viento que hacen de portales a una dimensión muy particular, poder ver de cerca las increíbles y caprichosas formaciones de escarcha que lo caracterizan.
Sin embargo, este sueño siempre pareció muy lejano, por todo lo que implica ir a una montaña como ésta.
Después de un mes de lluvia y viento en El Chaltén, una pequeña ventana de buen clima aparece en el pronóstico: la motivación y las ganas de salir a intentar algo a la montaña son muy grandes. Al parecer, van a ser dos días muy buenos, pero lo malo es que no tengo compañero para salir a escalar, la mayoría de los amigos están trabajando o con diferentes responsabilidades que cumplir.
En esa situación, un poco decepcionante, me llega el contacto de Luis. Él está en la misma que yo, buscando cordada, así que nos juntamos para conocernos y a charlar opciones y posibles ideas para estos días de buen clima que vienen. A mí me entusiasma la posibilidad de salir a escalar pero también me preocupa un poco el no haber escalado nunca juntos, sin saber muy bien qué ruta intentar quedamos en ir a dormir a Niponinos y de ahí ver qué se puede escalar.
La noche antes de salir, Luis me avisa que se estaba sintiendo un poco enfermo por lo que cancelamos el plan. La frase que siempre viene a la cabeza en esos momentos es “todo pasa por algo”. Disfrutamos la brecha escalando deportiva y admirando las pencas desde el pueblo, que no está nada mal.
Pasa la brecha y nos volvemos a ver con amigos que la pudieron aprovechar; veo fotos de Exocet en excelentes condiciones, Pedro me muestra fotos y me cuenta de sus días en la Saint Exupéry, la inspiración y la motivación crecen.
Las actualizaciones del pronóstico empiezan a mostrar una buena ventana para los primeros días de noviembre, el entusiasmo empieza a crecer de nuevo. Esta nueva brecha es larga: en principio cuatro días, después cinco y terminó siendo, prácticamente, una semana de un clima increíble.
Empezamos a hablar con Ema para salir a intentar algo, veníamos esperando este momento hacía mucho. A nuestra cordada se suma Luis, y al ver que van a ser muchos días de buen clima, inevitablemente pensamos en el Torre. Los días previos se nos pasan esperando las actualizaciones de los modelos meteorológicos y eligiendo cuidadosamente el equipo que vamos a llevar.
Decidimos arrancar el 3 de noviembre, la noche anterior aviso a la familia que voy a estar 5 o 6 días sin señal, sólo a mi hermano le digo lo que vamos a intentar y le paso en detalle el itinerario que tenemos pensado.
Con las mochilas listas, empezamos a caminar desde el puente del Eléctrico; el objetivo es llegar al paso Marconi y ahí pasar nuestra primera noche. Atravesamos el bosque para entrar al valle, mantenemos un buen ritmo, vamos disfrutando de vistas increíbles. El terreno empieza a transformarse: nos adentramos en morrenas y luego llegamos al glaciar que baja del paso Marconi. Nos cuesta un poco encontrar la pasada al principio del glaciar, pero después de un rato pasamos, seguimos subiendo, cambiamos las zapas de aproximación por las botas y un poco más adelante entran a la cancha las raquetas. Llegando al paso, vemos un desprendimiento gigante de una banda de seracs que domina la parte izquierda de este valle, esto nos recuerda dónde estamos y que tenemos que estar muy atentos; las montañas y sus glaciares están activas y en movimiento. Después de unas 8 horas llegamos al paso Marconi, buscamos un lugar para armar la carpa y descansar, nos deleitamos con las vistas al campo de hielo y su inmensidad.
El segundo día arrancamos muy temprano, creo que la alarma sonó a las 4:00, pero yo ya estaba despierto hacía un rato. Me costó bastante dormir porque el aislante que llevé era muy fino y me pasaba el frío de la nieve. Desayunamos, armamos las mochilas y empezamos a caminar.
Las distancias en el campo de hielo se vuelvan confusas, lo que parece estar cerca está realmente lejos, pero sólo nos mantenemos en movimiento, un paso tras otro y finalmente llegamos al Circo de los Altares. Este lugar es de los más impresionantes en los que estuve, las torres de granito se alzan desde el campo de hielo como verdaderas catedrales.
Hacemos una parada para comer y dejamos un pequeño depósito de cosas que ya no vamos a necesitar de ahí en adelante; la mochila se siente un poco más liviana. Continuamos la aproximación, que se vuelve cada vez más compleja, palas de nieve cada vez más paradas nos dejan en la base de los primeros mixtos. Encaro estos largos -que no son difíciles- pero ya es necesario asegurarlos: primero, uno de nieve que va muy bien y luego, dos de roca un poco más exigentes. Al finalizar esta sección, continuamos, sin cuerda, por una gran canaleta de nieve que nos lleva hasta el vivac que está sobre el Filo Rosso. Acá hicimos una pequeña plataforma y armamos la carpa para descansar. En este campamento nos encontramos con Pyros y su compañera, que venían bajando, compartimos comida y risas, antes de irnos a dormir.
Nuevamente la alarma no perdona y nos obliga a despertarnos de un profundo sueño, esta vez a las 3:00. Nos espera, probablemente, el día más exigente: el plan es escalar hasta arriba del headwall y si podemos, un poco más, para dormir lo más cerca de la cumbre posible. Repetimos el ritual: desayunar, vestirse, desarmar la carpa y armar las mochilas, cada vez el cuerpo se siente más agotado y esto nos lleva un poco más de tiempo.
A eso de las 4:30 nos embarcamos en la misión del día, cruzamos una pequeña rimaya y remontamos una pala de nieve que eventualmente se transforma en hielo muy duro. Comenzamos a tirar largos, este hielo duro y de poca inclinación sobrecarga nuestras pantorrillas, pero seguimos para arriba. Tres largos nos llevan al Col de la Esperanza. No paro de maravillarme con las formaciones de estas montañas, se está cumpliendo el sueño, seguimos escalando, cambiando las puntas de la cuerda según lo vamos sintiendo, llegamos a la plataforma que está debajo del Elmo. Hacemos una parada, hidratamos y comemos, sabemos que se viene un largo difícil, el largo del Elmo.
Traveseamos un poco a la izquierda para llegar a la base de una chimenea escondida que empieza por una parte de roca y hielo y continúa por hielo muy vertical. Lo encara Luis y con mucho esfuerzo pero con gran fluidez, lo pasa. Con Ema lo seguimos, sin duda es uno de los largos de hielo más duros que haya escalado, mis antebrazos se inflan pero sigo hasta que el hielo se aploma y llego a la reunión.
Estamos arriba del Elmo, superamos el punto más alto del intento anterior del Ema, por lo que estamos bastante felices, hacemos dos largos en travesía y llegamos a la base de los mixtos.
Seguimos avanzando pero el cansancio se empieza a sentir: los mixtos son entretenidos, escalando un poco en roca, otro poco en hielo, alternando fierros y tornillos para proteger. Llegamos a otro largo muy bueno, una chimenea con hielo perfecto pero para salir de ésta, hay un paso de bloque, que con las mochilas se sintió durísimo. Según nos dijeron nuestros amigos polacos un “M7 boulder problem”.
Un largo más nos dejó en la base del headwall, ahora sí, cada paso requiere un gran esfuerzo, venimos escalando hace muchas horas y los dos largos que nos separan de un posible lugar para dormir son muy verticales y exigentes. Comienza Luis, el primer largo lo pasa bien y arma una reunión un poco más arriba de la mitad del headwall. Con Ema lo seguimos, los brazos se empiezan a acalambrar, trato de respirar profundo y de alguna forma, llevar el aire directamente a los antebrazos. Nos juntamos en la reunión, falta muy poco para salir de esta parte tan vertical, es tarde y estamos cansados, con gran esfuerzo salimos arriba, encontramos la cuerda y el escaper de Collin Haley. Nos volvemos a asombrar de que haya hecho todo eso solo y en invierno, traveseamos a la izquierda, debajo del primer hongo y encontramos un lugar para dormir. Ya son más de las 22:00, escalamos unas 18/19 horas, todavía tenemos que hacer la plataforma para armar la carpa, derretir nieve, comer y de una vez por todas, poder dormir.
Para el cuarto día decidimos descansar un poco más y pusimos la alarma a las 6:00, nos separan de la cumbre los tres hongos finales. Nuevamente, el ritual de inicio nos lleva más tiempo del que quisiéramos, decidimos dejar una mochila ahí y llevar menos cosas. Pasadas las 8:00, empezamos a escalar: salgo a hacer el primer largo, avanzo por hielo muy bueno y bastante vertical y me voy adentrando en el primer túnel. No puedo creer que estoy acá, escalando este largo tan increíble. Me voy quedando sin tornillos y con los últimos dos, hago una reunión un poco antes de salir a la base del segundo hongo. Luis y Ema suben, y hago el pedazo que me falto para llegar a un lugar más cómodo.
En esta reunión alcanzamos a los polacos, que habían dormido en un lugar que encontraron ahí. El primero de ellos ya estaba terminando ese largo así que esperamos un rato a que empiecen a escalar los segundos. El siguiente largo lo encara Ema, arrancaba por una parte con mucha escarcha que se desprendía a cada piquetazo y a los intentos de afirmar los pies: intentó primero con las alitas, pero no las encontró muy útiles, entonces le pasamos las piquetas de Luis y con mucha maña logro pasar esta sección, levemente desplomada y difícil de proteger. El largo continuaba por hielo un poco mejor y se metía a un pequeño túnel por el que no entrabamos con las mochilas, así que Luis y yo pasamos esa sección con las mochilas colgadas del arnés.
Pasado el mediodía estábamos en la base del hongo final, Maciej, la maquina polaca, ya estaba empezando a primerear el largo. Sin mucho más que hacer nos pusimos cómodos a mirar el show, le tomó cerca de dos horas completarlo. El tiempo pasaba y comenzamos a pensar en que si a nosotros nos llevaba el mismo tiempo se nos haría muy tarde. Aún faltaba que sus dos compañeros escalen el largo así que todavía teníamos que esperar a nuestro turno.
Luis estaba motivado por intentar el largo pero le preocupaba no poder pasar. Después de que cada uno expresara su idea y debatir un poco, decidimos pedirle a Piotrek que suba nuestra cuerda y así, hacer el largo de segundos. De esta manera nos tomaría mucho menos tiempo.
Primero salió Ema y luego Luis y yo. El largo final era mucho más duro de lo que se veía, la escarcha es algo muy particular y difícil de escalar, lleva mucho tiempo y esfuerzo y por sobre todo, las protecciones no siempre resisten. Nos juntamos los tres en la reunión y de ahí solo quedaban unos treinta metros aplomados a la cumbre; los hace Ema y desde ahí nos asegura.
Son las cinco de la tarde y estamos arriba: puedo ver todas las agujas del cordón del Fitz, todos los hongos desde el mini Torre hasta las Adelas, veo el lago Viedma y al darme vuelta, la inmensidad del campo de hielo, no sé qué hacer, me arrodillo, me vuelvo a parar, abrazo a los chicos, reconozco la emoción en la voz del Ema.
Cuánto anhelamos este momento, cuántas veces imaginamos cómo sería. Ahora estamos acá, sacamos fotos, intento hacer un video que me sale muy mal, sigo sin poder creerlo, compartimos un alfajor y comenzamos a pensar en la bajada.
Para los rapeles entramos en una especie de modo automático: no podemos cometer errores ahora, la mayoría son de abalakovs y alguno que otro de reuniones que encontramos en la roca. A pesar del cansancio bajamos rápido y constante, en el Elmo nos cruzamos con una cordada que viene de travesear la cara Sur y más abajo encontramos a los polacos que nos dicen que van a dormir ahí, debajo del Elmo. Nosotros decidimos continuar, en el lugar donde dormimos dejamos algo de comida, así que tenemos que llegar hasta ahí.
Se nos hace de noche y seguimos rapelando, Ema se abre un rapel tras otro, lo veo muy concentrado pero de todas formas le insisto con que preste atención al final de las cuerdas. En un momento el hielo empieza a ser de peor calidad, ya estamos muy cerca de la rimaya asique continuamos destrepando.
Finalmente llegamos a nuestro campamento arriba del Filo Rosso, armamos la carpa, comemos, hidratamos y a dormir. El quinto día nos encuentra aún en la montaña, seguimos bajando pendientes nevadas hasta los mixtos, los cuales bajamos en dos rapeles, más nieve y un tercer rapel. Recuperamos los bastones y seguimos bajando pendientes, cada vez menos inclinadas hasta llegar a terreno plano. Recién ahora nos podemos relajar, nos volvemos a abrazar con Ema, de acá en adelante sólo tenemos que caminar, un pie adelante del otro y llegar al pueblo.
La vuelta decidimos hacerla por el paso del Viento y de esta forma completar una travesía increíble, recorriendo una variedad enorme de terrenos y disfrutando vistas y paisajes inolvidables. Hicimos una noche más en el campamento Pampeanos y el sexto día caminamos los últimos 25km que nos separaban de El Chaltén.
Llegar al pueblo se festeja como una cumbre, al final, es la verdadera cumbre. El itinerario sigue con empanadas, coca, ducha, río, helado, fernet y asado con los amigos en la Planta Estable; dudo que pueda terminar mejor.
Sólo me queda agradecer, a todas las personas que, de alguna forma, nos acompañan cuando estamos en la montaña, prestando equipo, pasando información, pensando en nosotros.
@emaclimbs @luis_funk @jere_martina